viernes, 18 de septiembre de 2009

vuelves a moverme la superficie.


Necesito la frialdad de la soledad, que a veces da más calor que la humanidad.
La noche era extraña. El frío me superaba y los cigarros parecían acabarse a cada instante. El ánimo que se desbordaba de la botella ahora parece ánimo rancio que duró horas de diversión sin fronteras.
El día se acababa, aunque antes a esa hora recién empezaba pero esta vez parecía apagarse como la vela que da calor y que al consumirse solo dejar frío y soledad.
La compañía siempre fue agradable. Intente dormir para sentirme mejor pero no siempre acaba siendo lo mejor. Me podrí. Mi mente recorrió alcantarillas de nunca acabar y el frío parecía aumentar. Mis ojos se querían cerrar pero mis párpados no lo querían dejar. En eso, mis manos no dejaban de palpar el exceso infernal que nunca acaba, que el sueño no se puede llevar ni que el amor parece desechar.
Vi el avance destrozarse ante mis ojos. Vi como mi pulgar se acercaba a prender aquel encendedor y comenzaba a incendiar el comienzo de un camino inerte que parecía sublime. Las cenizas aparecían y mi mente se volvía oscura. La soledad se acercaba cada vez más y me abrazaba con un calor sin contacto, sin chimenea ni estufa que se le pudiera comparar.
Volví a caminar, me costaba pero mis piernas no querían parar. Había comenzado con algo que ya no quiero que vuelva a terminar.
Duermo despierta, sueño dormida y vuelvo a despertar para seguir durmiendo, como ayer, como mañana y ya no sé más.